Trenes, frío, tortilla y arco iris.
Hace ya algún tiempo que nos acercamos a esta vieja estación. Tanto es así, que es difícil recordar si todo comenzó con una llamada o un mensaje por whatsapp. (Creo que de Ralo)
- Oye, ¿Qué te parece si vamos el domingo?
Y allí nos plantamos después de un rato en coche.
Mial, nos comentó algo sobre la iluminación nocturna que podíamos encontrarnos, pero no era una opción, en principio, quedarnos hasta tarde.
Decidimos apostar por el espacio vacío de alrededor como primer acercamiento, al fin y al cabo, el día era gris, dramático y húmedo. Podía resultar interesante.
Como viene siendo habitual, Mial, observaba sin detener demasiado el paso, remiraba, buscaba... sin perder el contacto visual, se agachaba y rodeaba los elementos que le parecían interesantes.
Ralo llevaba la cámara pegada al ojo, y siempre suele mantenerse a retaguardia recogiendo lo que a los demás se les va escapando. De hecho, da tiempo a echarse un café mientras está en su burbuja.
Cuando alcanzamos unos trenes en bastante mal estado, por cierto, nos subimos para comprobar que no era sólo una sensación externa. Pero nos dieron bastante juego, y disfrutamos mucho de esos interiores. En uno de ellos, incluso daba la sensación de que algún inquilino había dormido más de una noche.
Dejamos atrás los trenes y nos reunimos en el andén.
Un día gris como ése, no nos hacía temblar el obturador, y de pronto, Joanba echó a correr por las vías como quien veía fantasmas. Tanto que hasta se le cayó la linterna del bolsillo. Pero de pronto paró, estiró el trípode con más prisa que efectividad y disparó.
Un día gris como ése, no nos hacía temblar el obturador, y de pronto, Joanba echó a correr por las vías como quien veía fantasmas. Tanto que hasta se le cayó la linterna del bolsillo. Pero de pronto paró, estiró el trípode con más prisa que efectividad y disparó.
No podía dejar pasar ese arco iris como quien no lo había visto. Nos había acompañado toda la mañana, pero en ese momento, la perspectiva era especial.
Barajamos la posibilidad de explotar fotográficamente los pasos subterráneos entre andenes, pero descartamos la zona por diferentes motivos, entre ellos, el hambre.
Era hora de ir a comer las tortillas caseras que habíamos traído para volver a entrar en los almacenes, por donde habíamos pasado de camino al "lunch" improvisado.
Vehículo de emergencias de la época, un carrillo de bebé también con muchos años encima, depósitos de agua, sal, mucha sal, algún eje de vagón... y por fin, invitados.
Primero una señora que no se atrevió a entrar pero sí a hacer algunas fotos con su smartphone desde la puerta y después una pareja que paseaba por la zona.
Una vez recorridos los almacenes, hicimos algunas tomas más en exteriores y nos dábamos por satisfechos.
Una vez recorridos los almacenes, hicimos algunas tomas más en exteriores y nos dábamos por satisfechos.
Teníamos las fotos, habíamos recorrido la zona... era hora de marcharse. Y ya en el coche, de pronto, se encienden las luces que iluminan el edificio cada noche y van cambiando los colores.
Mial ya nos había prevenido de lo que podíamos disfrutar si aguantábamos todo el día.
Descargamos los equipos y nos dispusimos ante la que sería la última tanda de disparos para despedirnos de la estación con la promesa de volver, porque hay sitios con mucha magia.
No era un adiós, era un hasta luego.
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