¡Detente, instante cotidiano!
Hay tardes de domingo que huelen a olvido. Se encapotan de abandono gris y terminan anocheciendo en la soledad de quien despide a los invitados con más tristeza que alivio. Ésta era una de esas tardes, podía adivinarse en el gesto de las paredes de la casa, que nos despedía cuando abandonábamos el pueblo. Habitualmente decidimos dónde ir pero esta vez, y aunque estaba en nuestros planes visitar el lugar, casi caímos ahí por casualidad. Nos fuimos acercando con bastante dejadez, como quien lo hace todos los días entre conversaciones banales, bromas y seguramente alguna carcajada. En cuanto alcanzamos la puerta, nos recibieron viejos recuerdos de aquella morada. Sentimientos de antaño que habían sobrevivido al paso del tiempo sobre la cerámica. La puerta invitaba a asomarse dentro para echar un vistazo a lo que había dejado de seguir el ritmo de las manecillas. Un empujón suave y delicado y ahí estaba. El último instante detenido entre una silleta infantil y el reposo de una vi...