Entre acompañante y compañero, sólo hay un palacio de distancia.

Posiblemente debiera comenzar esto con algún tipo de información histórica de la zona. Estaría bien, aunque fuese por encima, hablar de los saqueos que han sufrido estos edificios, de cómo los niños jugaron durante años alrededor de sus paredes, teniendo por casi prohibido el interior a pesar de estar deshabitado ya. Podría hablar de que sólo quedan las paredes de una escuela en la que ya nadie estudiará jamás, o de las tardes de ocio alrededor de la fuente aledaña a nuestra incursión primera, pero es una información que ni tengo, ni puedo dar por certera.

Diré, sin embargo, que hicimos un acercamiento un día gris, porque en esta época del año no es difícil encontrarse días grises. Había nieve, pero una fina lluvia se encargaba de derretir la parte más superficial a un ritmo muy lento. La humedad amenazaba los equipos e incluso nos molestaba lo embarrado del camino.

Aparcamos con la idea de abordar la iglesia, sabíamos que estaba vacía. Pero nos la encontramos cerrada, quizás en el intento de evitar nuevos saqueos, aunque ya no quede nada con valor allí dentro.
Avanzamos dejando atrás unos corrales y llegamos, tras pisar el barro y la nieve, al palacio.


Era una antigua casona enorme, derruida en parte. Alguien se había encargado de practicar un butrón en la tapia levantada bajo el arco de la puerta principal con el objetivo de evitar el acceso, seguramente por la seguridad de posibles visitantes.
Accedimos para encontrarnos un derrumbe importante, apenas quedaba nada, pero entramos en los corrales privados del palacio y descubrimos el mobiliario bastante lastimado esparcido por la zona.


Casi parecía inexplicable que alguien hubiese bajado allí camas o armarios para dejarlos tirados en un importante desorden.


Pronto dimos con la solución. Sólo tuvimos que levantar la mirada para descubrir que de las plantas superiores quedaban tan sólo las vigas.


Sobre ellas descansaban un puñado de restos que no se habían venido abajo gracias a su posición privilegiada sobre éstas. Todo lo que no tenía vigas debajo, se había desplomado con los pisos hasta nuestros pies.


Comenzamos a disparar a las partes más interesantes con el convencimiento de que no había mucho que descubrir allí. Una vieja cama por aquí, un armario, un sillón de automóvil... nada reseñable, nada especial que no hubiésemos visto antes en otros lugares en parecido estado.


Sería destacable decir que Nafarurbex ya no está formado por Mial, Ralo y Joanba. Mial no estaba, pero eso no frenaría las exploraciones del grupo. Nafarurbex son, ahora, cuatro miembros tras la integración de Kipo. Un compañero nuevo que nos pone puntos de vista diferentes y mejora el grupo. Mial, por desgracia, estaba comprometido y no pudo disparar con nosotros, pero habría una segunda incursión, lo sabíamos.

Anecdótica fue la guerra que le dio una de las fotografías a Kipo. Fotografía que terminó siendo un reto para todos, que intentamos resolverla de diferentes formas. Abandonamos los corrales con la decepción de no poder acceder a la zona superior, pero es que ni las escaleras estaban ya.


Desde el patio interior, pudimos acceder a la cocina después de entretenernos con un asiento de automóvil que bajo la nieve se nos antojó una butaca vieja.


Sabríamos en una segunda visita lo equivocados que estábamos.


Ya en la cocina, inconfundible por su alicatado y el negruzco camino de los humos que antaño recorrieron aquellos tiros, nos entretuvimos en su espacio,


en su vista genérica, en sus detalles...


Llegamos al salón, difícilmente confundirse por la amplitud y el rastro de la chimenea, y por la zona nos encontramos una vieja botella que terminamos datando en la década de los 50, poniendo marca y producto a la misma después de investigar un rato.


Un viejo periódico atestiguaba los últimos tiempos de habitabilidad.



La habitación que daba acceso a las escaleras de esa parte del palacio estaba prácticamente imposible, llena de escombros y a la intemperie, pero Joanba cruzó sobre los restos y subió.


No había demasiado del viejo palacio. Apenas unas puertas por el suelo y restos del baño.


Pero de pronto, llamaba la atención una lámina que, supimos más tarde, formaba parte de la tapa de un juego de mesa de principios del siglo pasado. Posiblemente de los 20, o principios de los 30. 


Una vez abajo, echamos un vistazo a los alrededores, pero el tiempo apremiaba y tuvimos que decir hasta luego a aquel encantador lugar sabiendo que volveríamos.
Y vaya si volvimos...

Accedimos al palacio, nos entretuvimos con la vieja botella un buen rato y recorrimos los corrales que Mial no había visto.



Tras barajar la posibilidad de subir las escaleras y el valor del resultado, decidimos salir y terminar entrando en un edificio que parecía un almacén viejo justo a las puertas de palacio.


Joanba ya había estado en la planta baja, a la que se accedía por el otro lado. Kipo ya había fotografiado lo que había en la planta superior, accesible desde la misma puerta del palacio... no esperábamos mucho, pero al subir las escaleras nos recibía, escondida, de incógnito, casi oculta, una planta intermedia que nos obligó a documentar sus estancias.

Una cocina revelaba que aquello no era un almacén, sino una casa independiente al palacio. Posiblemente fuese casa del servicio en otros tiempos, pero no podríamos asegurarlo. Había sido deshabitada mucho más recientemente a juzgar, entre otras cosas, por la botella de coñac que nos entretuvo con luces y vapor en un alarde artístico que... en fin... nos dio por ahí.



Una vieja maleta en el suelo, había hecho su último viaje y ahora formaba parte del decorado ajado del dormitorio donde se había quedado. 


Alguien había pintado sobre aquellas paredes y las habitaciones estaban ya casi vacías del todo. En otro dormitorio, cómo tenaz guardián ignorante que no cumplirá jamás su cometido otra vez, un tocador que había perdido ya su esplendor y espejo.


Al otro lado del pasillo, fichas escolares, libros de tecnología y física y química, redacciones manuscritas... 
Todo esparcido por los suelos en un caótico estado daba un aire de dejadez altamente acentuado por la falta de luz a aquellas horas.



Al fondo del pasillo estaba... ¿estaba?
No, el baño ya no estaba, quedaba apenas un agujero en el suelo y la maderas de la puerta y la ventana.


Ése era el último reducto de aquella morada al que tuvimos la suerte de acceder porque, más allá, no quedaba nada. Sólo el silencio del campo, el color de la noche, que ya se cernía sobre la naturaleza que rodeaba aquel palacio situado en un lugar privilegiado, apartado del pueblo y tan cercano. Cerca de la vieja iglesia y tan lejano.

Quién sabe si volveremos a verlo. Pero una cosa es segura:
Nadie, nunca, jamás, podrá borrarnos de la memoria dos visitas tan iguales y distintas a un solo lugar.

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