Oraciones mudas y sillas vacías
El día se presentaba despejado, no hacía frío y teníamos toda una tarde por delante, pero ya sabíamos a dónde íbamos a dirigirnos. Era un núcleo reducido que antaño había sido habitado por obreros para la finca. Un lugar edificado a principios del siglo pasado. Parece mentira que allí hubiesen vivido más de 150 personas abastecidas por la electricidad que generaba el molino, con servicios tales como depósito, escuela o correo.
Llegamos por la tarde, bastante decididos a fotografiar la peculiar iglesia, de un estilo único en toda la zona, pero también la soledad que la rodeaba, el silencio de sus oraciones, la oscuridad de las velas sagradas apagadas para siempre.
Nos bajamos de los coches, cámara en ristre y no desperdiciamos mucho tiempo en preparar los equipos porque tenemos una suerte de ángel de la guardia un poco gamberro. Se las ingenia para que comience a faltar luz en muy poco tiempo. Así que a sabiendas de su mala leche, nos pusimos en camino para recorrer casa por casa lo que quedaba de la vida pasada, no sin antes fotografiar la curiosa estructura de aquella especie de garita que parecía vestir un casco de época.
Kipo fue el primero en acceder a una de las viviendas vacía en su mayoría, pocos detalles pero una sentencia firme:
"alguna foto ya hay"
Las puertas estaban abiertas, recibiéndonos como quien no espera visita porque no la tuvo durante muchos años. Nada más entrar, a la derecha pudimos acceder a una suerte de cuadra donde descansaba una vieja butaca al fondo. Curioso pero nos daba poco de sí.
Una cocina con pupitres apilados y la vieja campana marcada por el abandono.
Kipo nos explicó que las casas compartían idéntica estructura pero a espejo, nos miramos, no nos extrañó sabiendo que habían sido levantadas para los trabajadores de la finca agrícola que sigue funcionando en el pueblo (a pesar de que ahora sus operarios no residan allí) y esta vez sí, era hora de jugar. No fue difícil entretenerse con viejos espejos que aún colgaban de algún cuarto de baño.
La estructura de las escaleras y los pasamanos de madera eran perfectos para dedicarles un rato, y hablo en plural porque no serían los únicos peldaños que nos encontraríamos.
Estaba bien, el lugar nos gustaba, y de repente: "Oh sorpresa", sillas de colegio, pupitres... aquella casa era la escuela.
Seguramente allí vivía el profesor, el maestro del pueblo a cuya casa acudirían los niños a aprender. Números y abecedarios en la pared... era entrañable descubrir una de esas casas donde antaño nuestros abuelos cantaban las tablas de multiplicar, al fin y al cabo, todos nosotros habíamos sido instruídos en colegios dedicados a tal fin.
Encontramos también la habitación y algunas otras estancias más o menos vacías, pero debíamos cambiar de edificio si no queríamos que la noche nos devorase.
Allá que entramos en la siguiente casa y "Boom", un tostador, una nevera, una cocinilla de gas, un chinero... todo era parte del mobiliario a pesar de que había sido movido de lugar.
Nos llamó la atención un butacón de mimbre junto a una silla al final del hall, y no pudimos desaprovechar la oportunidad de unos portraits. Y es que Joanba es así de vanidoso, si no se retrata no sabe ir a ninguna parte.
Bromas aparte (o no), no dejamos de visitar el cuarto de baño, nada era alarmantemente antiguo, pero si lo suficientemente viejo para ocuparnos unos disparos.
Jugando con gelatinas y colores en un armario del piso de arriba, Ralo y Joanba se pegaron un rato. Mial se asomó, miró con cara de circunstancias y decidió que él tenía mejores cosas que hacer.
Ya en otra de las casas, la luz era una llamada a fotografiar las vistas que tenían sus habitantes cuando caía la tarde a través de sus ventanas, curiosas hoy por el estado que presentan y la combinación de fotografías ventanales no se hizo esperar al visionar los resultados.
Más sillas, más escaleras, más balaustradas y detalles; bonitos y llamativos detalles.
A tenor de la iluminación, era momento de dirigirse a la iglesia, que si ya en sí misma es de un curioso estilo, no defrauda en cuanto uno se aboca al interior.
Bajamos aquellas escaleras de aspecto tétrico y nos giramos para dedicarles un homenaje.
Dejamos la puerta abierta (como nos la encontramos) que nos había recibido con una bienvenida grata y satisfactoria para posibles visitantes futuros y nos acercamos al templo.
Sus altos arcos todavía sostienen la mayoría de su estructura en pie, aunque no parece quedarle demasiado tiempo y nos centramos en el interior mientras la luz natural lo permitía.
El Sol se había escondido ya, así que decidimos rendir un homenaje fotográfico a aquellas paredes, una mezcla de documentación e intentos de fotografía artística (que siempre hay tiempo para todo).
Todo un despliegue de onomatopéyicos "clicks" cuyo resultado total sería grotesco de mostrarlo en este medio.
Eran ya fotografías casi nocturnas y decidimos dejarlo justo en el momento en que un coche se detenía a los pies del pequeño otero que alberga la iglesia. Otro fotógrafo, quién sabe si aficionado o no al urbex, se bajaba y colocaba su trípode para inmortalizar aquel campanario que nosotros, entre viejas sillas, pupitres y demás, ya nos llevábamos a casa.
A casa con la emoción y la satisfacción engordadas por una sesión más aunque la noche, finalmente, nos había devorado.
Llegamos por la tarde, bastante decididos a fotografiar la peculiar iglesia, de un estilo único en toda la zona, pero también la soledad que la rodeaba, el silencio de sus oraciones, la oscuridad de las velas sagradas apagadas para siempre.
Nos bajamos de los coches, cámara en ristre y no desperdiciamos mucho tiempo en preparar los equipos porque tenemos una suerte de ángel de la guardia un poco gamberro. Se las ingenia para que comience a faltar luz en muy poco tiempo. Así que a sabiendas de su mala leche, nos pusimos en camino para recorrer casa por casa lo que quedaba de la vida pasada, no sin antes fotografiar la curiosa estructura de aquella especie de garita que parecía vestir un casco de época.
Kipo fue el primero en acceder a una de las viviendas vacía en su mayoría, pocos detalles pero una sentencia firme:
"alguna foto ya hay"
Las puertas estaban abiertas, recibiéndonos como quien no espera visita porque no la tuvo durante muchos años. Nada más entrar, a la derecha pudimos acceder a una suerte de cuadra donde descansaba una vieja butaca al fondo. Curioso pero nos daba poco de sí.
Una cocina con pupitres apilados y la vieja campana marcada por el abandono.
Kipo nos explicó que las casas compartían idéntica estructura pero a espejo, nos miramos, no nos extrañó sabiendo que habían sido levantadas para los trabajadores de la finca agrícola que sigue funcionando en el pueblo (a pesar de que ahora sus operarios no residan allí) y esta vez sí, era hora de jugar. No fue difícil entretenerse con viejos espejos que aún colgaban de algún cuarto de baño.
La estructura de las escaleras y los pasamanos de madera eran perfectos para dedicarles un rato, y hablo en plural porque no serían los únicos peldaños que nos encontraríamos.
Estaba bien, el lugar nos gustaba, y de repente: "Oh sorpresa", sillas de colegio, pupitres... aquella casa era la escuela.
Seguramente allí vivía el profesor, el maestro del pueblo a cuya casa acudirían los niños a aprender. Números y abecedarios en la pared... era entrañable descubrir una de esas casas donde antaño nuestros abuelos cantaban las tablas de multiplicar, al fin y al cabo, todos nosotros habíamos sido instruídos en colegios dedicados a tal fin.
Encontramos también la habitación y algunas otras estancias más o menos vacías, pero debíamos cambiar de edificio si no queríamos que la noche nos devorase.
Nos llamó la atención un butacón de mimbre junto a una silla al final del hall, y no pudimos desaprovechar la oportunidad de unos portraits. Y es que Joanba es así de vanidoso, si no se retrata no sabe ir a ninguna parte.
Bromas aparte (o no), no dejamos de visitar el cuarto de baño, nada era alarmantemente antiguo, pero si lo suficientemente viejo para ocuparnos unos disparos.
Jugando con gelatinas y colores en un armario del piso de arriba, Ralo y Joanba se pegaron un rato. Mial se asomó, miró con cara de circunstancias y decidió que él tenía mejores cosas que hacer.
Ya en otra de las casas, la luz era una llamada a fotografiar las vistas que tenían sus habitantes cuando caía la tarde a través de sus ventanas, curiosas hoy por el estado que presentan y la combinación de fotografías ventanales no se hizo esperar al visionar los resultados.
Más sillas, más escaleras, más balaustradas y detalles; bonitos y llamativos detalles.
A tenor de la iluminación, era momento de dirigirse a la iglesia, que si ya en sí misma es de un curioso estilo, no defrauda en cuanto uno se aboca al interior.
Bajamos aquellas escaleras de aspecto tétrico y nos giramos para dedicarles un homenaje.
Dejamos la puerta abierta (como nos la encontramos) que nos había recibido con una bienvenida grata y satisfactoria para posibles visitantes futuros y nos acercamos al templo.
Sus altos arcos todavía sostienen la mayoría de su estructura en pie, aunque no parece quedarle demasiado tiempo y nos centramos en el interior mientras la luz natural lo permitía.
El Sol se había escondido ya, así que decidimos rendir un homenaje fotográfico a aquellas paredes, una mezcla de documentación e intentos de fotografía artística (que siempre hay tiempo para todo).
Todo un despliegue de onomatopéyicos "clicks" cuyo resultado total sería grotesco de mostrarlo en este medio.
Eran ya fotografías casi nocturnas y decidimos dejarlo justo en el momento en que un coche se detenía a los pies del pequeño otero que alberga la iglesia. Otro fotógrafo, quién sabe si aficionado o no al urbex, se bajaba y colocaba su trípode para inmortalizar aquel campanario que nosotros, entre viejas sillas, pupitres y demás, ya nos llevábamos a casa.
A casa con la emoción y la satisfacción engordadas por una sesión más aunque la noche, finalmente, nos había devorado.
Comentarios
Pero...sabeis que pasa??? Que siempre me quedo con ganas de más!!.
Muy buen trabajo. Enhorabuena.