El instinto, un baúl y un tesoro

Es el instinto gregario sin duda, uno de los pocos instintos animales que hemos heredado los seres humanos, el que hace que, de vez en cuando, nos reunamos para compartir y no advertir la soledad, para autocomplacernos o deleitarnos demostrándonos a nosotros mismos que no estamos locos, que no somos raros, que no estamos, en definitiva, solos.
El instinto gregario, decía, fue la chispa que encendió el artículo que nos ocupa pero no sería suficiente sin un catalizador que se manifestó en forma de "buen rollo".
Entre llamadas y mensajes se adivinaba que ésta no iba a ser una salida habitual y poco a poco se gestaban las ansias, las ganas, la ilusión si cabe. Una primera toma de contacto con miembros de la asociación fotográfica A.F.C.N. fue suficiente para dirimir las cuestiones más peliagudas, haciendo que todo quedase en algo casi cotidiano.
Viene a colación agradecer la profesionalidad y responsabilidad de todos los participantes de esta sesión de fotografía, si bien algunos de ellos tomaban contacto con el urbex por primera vez tras haber asistido a puerta cerrada a una "exposición de conceptos" (charla lo llaman las administraciones) que los miembros de NafarUrbex les acercamos un par de días antes.

De forma natural, nos repartimos la tarea y las ocupaciones pertinentes para que todo fluyese de forma correcta. Localizamos dónde ir tras las huellas del tiempo, esta vez, en buena compañía y nos presentamos en una fábrica cerrada no ha demasiado tiempo.
Archiconocida por los amantes del urbex y la fotografía en general, esta estructura industrial que explotaba un hayedo cuyo nombre comparte con el tren y el río que utilizaba para el transporte, se caracteriza por su gran chimenea, visible desde la distancia.




No es un lugar que se destaque por ser del todo estable, y acceder al interior de los edificios obliga a mirar dónde pisar.





Las oficinas muestran sus ventanas abiertas al exterior mostrando un ruinoso paisaje que ha sido vandalizado hasta la saciedad en los pocos años que lleva en desuso.








Los almacenes, las zonas residenciales, las plantas de producción... todo sigue ahí dibujado en el suelo, pero ya no es definible apenas.



Las grandes sierras y cintas de transporte han desaparecido hace años y un fuerte olor a quemado, casi permanente, acusa el deterioro constante que sufre el lugar a manos de los que se acercan a vandalizarlo y llenarlo de basura.





Es un pequeño dolor que se va clavando poco a poco cada vez que nos acercamos a la zona y aunque ya habíamos estado algunas veces, preferimos aprovechar esta salida con los miembros de  AFTELAE y A.F.C.N. para registrar la sesión en el blog, ya que consideramos que el urbex no debería ser considerada una disciplina menor en fotografía. La participación de las asociaciones mencionadas, así nos lo confirma.




Aquellas estructuras se prestaron a ser pétreos modelos, desconchados rostros en retratos del abandono, solitarios guardianes del tiempo casi vencidos por la intemperie, impertérritos habitantes de un pasado lleno de gloria.






Les dedicamos unos últimos disparos y dejamos que siguiesen disfrutando del silencioso descanso que habíamos perturbado.



Nos reunimos en lo que parecía un punto de encuentro improvisado y salimos como en convoy hacia un destino diferente.

Esta vez sí, en NafarUrbex ya habíamos dado buena cuenta fotográfica del lugar pero volvimos a buscar la ilusión en un baúl.
Verificamos que el acceso era relativamente seguro y nos organizamos para ir accediendo de forma que no nos apiñásemos en un mismo lugar sobre la delicada estructura del viejo piso de madera.
Mientras en los bajos de aquella vivienda se cruzaban los destellos de los flashes con los chasquidos de los obturadores, descubrimos que en la planta superior una de las paredes se había desprendido peligrosamente, por lo que el acceso a la cocina quedaba restringido a la responsabilidad propia y personal de cada uno. Trozos de aquella techumbre se habían venido abajo y la humedad había invadido las paredes de forma agresiva. Sin embargo, sobre el recibidor seguían las armas de juguete, junto al armario descansaba el baúl, al fondo del pasillo las latas de aceite... todo estaba casi exactamente en el mismo lugar.

Recorrimos las estancias practicables, hicimos algunas tomas y nos dispusimos en círculo para escuchar a Ralo, que había preparado una sorpresa tanto para los miembros de las asociaciones, como para el resto de integrantes de NafarUrbex.

Rearmamos la caravana de vehículos, sensación para la que es difícil encontrar palabras cuando se trata de urbex, y serpenteamos por los caminos para llegar a una vieja iglesia, "Oh! Bendito coloso".
Una localización nueva, "a estrenar" junto a todos esos compañeros que cada minuto aportaban otro punto de vista, una sugerencia, una explicación, un chiste...

Al momento de entrar sorprendía el retablo y la riqueza de sus ornamentaciones, un relieve que recorría toda la madera hasta el límite mismo. Podría asegurar que algún sensor sufrió de síndrome de Stendhal.





Pero justo al lado de los trípodes, entre caído y descolocado, el retablo de la capilla interior (cuyas dimensiones la hacen casi inverosímil) se erguía todavía imponente y divino a pesar de su estado.
Cabría preguntarse si en realidad aquella obra de arte estaba en su edificio original o la nave de la iglesia había estado siendo utilizada como almacén improvisado de la diócesis.



El coro, en buen estado, dejaba que las cuerdas que hacían tañer las campanas lo atravesasen sin poleas, dando idea de la edad de aquellas vigas. No así el piso del campanario, donde sí eran ayudadas por pequeñas roldanas.



Pero más impresionante fue acercarse a aquellos bronces centenarios y acariciar con la punta de los dedos los sonoros filos que aún "hablaban" con los visitantes. Dos enormes pregoneros verdes que, posiblemente, en la clandestinidad de algunos sueños sigan sonando por las noches.




El estado del altar no era de lo mejor que nos habíamos encontrado, pero en la sacristía todavía estaban los colgadores y armarios donde seguramente había estado, tiempo atrás, la estola que vimos en un nicho de la pared a la altura de las escaleras que nos condujeron a las campanas.





Se volvían a cruzar flashes y focos, luz cálida y fría a un tiempo.



Cerrad la puerta o abridla según necesitéis luz natural, pero dejadla cerrada al salir porque es un tesoro lo que esa madera esconde. Un tesoro casi pirata que tuvimos la suerte de compartir con todos los compañeros de las asociaciones AFTELAE y A.F.C.N. que decidieron, por un día, ser parte de NafarUrbex.

Nunca será suficiente si solo decimos gracias, y por eso...

¡Arrrr exploradores! Muchísimas gracias y hasta la próxima.






























Comentarios

Mari Jose Muñoz Alonso ha dicho que…
Fantástica narrativa!!! Fantásticas fotografías!!! Siempre deseando volver a leer y volver a deleitarme con vuestras tomas!! GRACIAS!!!!!😉